martes, 25 de enero de 2011

SEPTIEMBRE de Pilar Galán

El cuento Septiembre de Pilar Galán ha sido seleccionado para formar parte de los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia. Elegido por Marino González, escritor y editor de De la Luna Libros, SEPTIEMBRE fue, además, Finalista XIII Premio A. Mª. Matute, 2002

Pilar Galán es una excelente escritora, con muchos años de trayectoria, y en 5alas5 es un honor contar con su amistad.
* En NarrativaBreve Franciso Rodríguez Criado nos brinda una sección donde podemos leer los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia, que él nos va dosificando para que los degustemos poco a poco, por eso es una sección en constante construcción y que, por supuesto, os invito a leer. Merece la pena.
  • Os dejo Septiembre, cuento de una gran calidad estética y emocional que a mí me encantó. Merece estar entre los mejores.

SEPTIEMBRE


Finalista XIII Premio A. Mª. Matute, 2002

(...) Porque no se puede ser feliz en este tiempo muerto y lentísimo,
el indeseable paréntesis entre una vida que ya es mentira
y otra que no acaba de ser verdad del todo.
Ningún destino es tan ingrato
como el de las personas condenadas a vivir
eternamente en septiembre.
(A. Grandes)

La casa está fría. Hay nubes deshilachadas, borrones grises, flecos azules a través de la persiana. La luz se cuela aún como polen de oro, cada vez con menos fuerza, como si presintiera ya el otoño.
La siesta no nos ha hecho bien. Luis se ha levantado con el ceño fruncido, con ese gesto tan suyo de estar enfadado con todos. Ana no quiere tomarse la leche. Lloriquea aún desde la cocina, quiere empezar a andar sobre el suelo frío. Anoche tosió un par de veces, a tientas en la madrugada aparecieron por fin los edredones.
La piscina se ha puesto verde. Flotan bolsas de plástico, alguna silla, el césped se adueña ahora de todos los rincones. Luis pregunta por las ranas. Una y otra vez, cientos de veces, tironea de mi falda hasta que atrae mi atención. Las ranas, cuándo vuelven las ranas, están ya las ranas en el agua sucia, en esa agua tan sucia ya que no ve ni el fondo, podemos bajar a ver las ranas, mamá por favor. Ana llora.
Las pastillas dejan la lengua resacosa y dura. Los ojos pesan, pesa la tarde entera cada vez más cerca de la noche. Aún hay que lavarse la cara, tomarse un café, coger el coche, comprar los libros.
Milagrosamente, a las seis en punto estamos ya abajo. La portera nos mira como a recién nacidos, con esa ternura tan dulce de las mujeres mayores. Los ha abrigado usted mucho, me dice. Luego engaña el tiempo, veranillo de San Miguel, veranillo de los membrillos. No tengo fuerzas para hablar del tiempo. Recojo el correo. Tampoco hoy ha escrito. No sirven de nada los conjuros mágicos ni retrasar el momento hasta la tarde. El hueco del buzón saluda desde las once de la mañana.
Hay tráfico ya. Luis pregunta cuánto tiempo tardaremos en llegar al híper. Ana le imita. Luis le pega un manotazo en la boca. Desde el espejo retrovisor se ven las cosas como en un cine, como si no estuvieran pasando.
Pongo la radio. Suena por enésima vez la canción del verano. Atrás los dos se desgañitan. Acabarán pegándose otra vez, cuando se acabe. Por suerte, luego viene la segunda canción del verano, y luego la tercera. Sus voces me llegan desde otro mundo.
Intento mantener la concentración. Como en la autoescuela. Solo mirar al frente y a los espejos. No desviar la mirada ni un segundo. Si una avispa entra en el coche, bajar la ventanilla con cuidado, sin dar manotazos. Si nos pica, señalizar la maniobra y apartar el coche hasta el arcén.
Doy un manotazo a Luis. Cambio la cinta, me peino, en el semáforo en rojo me pinto un poco la raya. Me pita el de atrás. Ahora se me cala, verás tú cómo se me cala. Menos mal que me he puesto las zapatillas de deporte. Rebobino la cinta, subo el volumen, le paso a Ana el muñequito rosa. Me incorporo por fin a la autovía. Me pongo el cinturón de seguridad. Estoy suspensa, es lo primero que tendría que haber hecho. Bajo el seguro del coche. Estoy a punto de estrellarme con un camión. Ha empezado a llover.
Toda la ciudad ha decidido salir a comprar los libros esta tarde. Seguro. Podríamos haber ido en autobús. Me lo dijo mamá. Hija, no te arriesgues tanto, que vas con esas dos criaturas.
—Tres criaturas, mamá, eso es lo que somos. Una madre asustada y dos hijos llorones.
Mamá no sabe aparcar, dice Luis, con su voz de hombre. Le miro con odio por el retrovisor. No sabe aparcar, no sabe aparcar, canta. Ana ha empezado a seguir la melodía. Podría echarme a llorar ahora mismo, dejar el coche en mitad de la explanada, con las puertas abiertas y mis hijos dentro, y correr bajo la lluvia, como cuando era niña, exactamente igual, sentir las gotas resbalando por mi pelo, saborearlas, pisar charcos, volver a casa con las piernas empapadas, sabiendo que me espera un vaso de leche caliente y dos azotes.
En vez de eso, cuento hasta diez y sigo dando vueltas sin sentido. Aparco por fin en la otra punta de la puerta de entrada. Me miro en el espejo orgullosa de mi hazaña. Estoy horrible. Parece que me he echado encima veinte años.
Lo primero que me levanta dolor de cabeza es el ruido de la gente. Todos en procesión en busca de los libros. Luego, la música de las narices. Julio Iglesias a todo volumen. Ana arrastra los pies.
Hay una cola enorme para recoger los libros. Jugamos a contar niños, jugamos a adivinar colores, jugamos al veo-veo. Luis dice que se aburre. Que quiere ir a ver juguetes. Por megafonía anuncian que regalan el forro para los libros de texto. También hay ofertas de pescado. Ana dice que tiene hambre. Me deseo la muerte. Me llevo deseando la muerte desde las seis de la tarde.
A las ocho y media tengo todos los libros en la mano. Conocimiento del medio, Matemáticas, mi primer diccionario. Luis los abre sin cuidado alguno, pasa las páginas con sus dedos negros de arrastrarse por el suelo. Intento reñirle, pero no quiero gastar fuerzas innecesarias. Total, van a acabar despanzurrados por su cartera dentro de una semana.
Compro leche condensada, galletas, pepinillos, cerveza, una botella de vino blanco, pizzas variadas, patés. Los niños están emocionados con la cena. Yo también. Pienso ponerme a morir de pepinillos en cuanto se acuesten.
Sigue lloviendo. Ahora hace frío y la noche se extiende por encima de las luces de neón de las ofertas. Saco el coche sin rozar la pared. Luis aplaude. Riño a Ana para que no se duerma, por favor, bonita, que tengo que bañarte, que tienes que cenar, que si no, te dan las dos y mamá trabaja mañana. Le canto, pongo música, digo a mi hijo que le pegue de vez en cuando un manotazo. Lo hace encantado.
Llego a casa cargada de bolsas. Huele a naftalina, a septiembre, a forro de libro nuevo. Tengo que contenerme para no llorar. No hay luz cuando entramos. El salón está más vacío que nunca. Las plantas hacen sombras raras en los rincones.
Pongo los dibujos, baño a la niña, más dibujos, Luis hace el idiota en la bañera. Se llenan los pijamas de queso fundido, de salchichas con tomate. Ana unta en sueños su dedo en leche condensada. Protestan un poco aún. Luego caen rendidos.
A las once en punto, en mitad de mi atracón de pepinillos, suena el teléfono. Miguel quiere saber cómo están sus hijos. Hablamos despacio, muy educados. Me pregunta también por el coche, si he vuelto a rozarlo, si soy ya capaz de meterlo en el garaje. Cuento hasta veinte antes de contestar. Oigo su respiración al otro lado.
Dice que puede encargarse él de lo de los libros. Le digo que no lo dudo, pero que da la casualidad de que ya los hemos comprado. Parece fascinarle que haya sido tan aventurera como para adentrarme en el territorio prohibido del híper.
Le pregunto por el trabajo. Dice que trabaja mucho. Como siempre, se me escapa. Sé que me ha oído y que cuenta a su vez para no estallar. Se le escapa a él también preguntarme por todo en general, qué tal van tus cosas, murmura. Mientras intento contestar oigo la tos de Ana desde el pasillo. Bien, como siempre, también, ya sabes. Y me muerdo la lengua porque sé que sabe, porque me está viendo sola en su casa de antes, un poco borracha de cerveza y vino blanco, un poco asqueada de tanto pepinillo, y le gustaría decirme con su voz de hombre, al otro lado, puedo ir a ver a los niños esta noche, aunque sepa muy bien qué hora es, siempre lo ha sabido, que a las once los niños duermen hace mucho, y no esperan a que el señor importante vuelva del trabajo para contar cuentos.
Sé que está esperando una señal, que me derrumbe, que le diga con voz pastosa que no puedo más, que se me caló el coche en el semáforo, que olvidé comprar el libro de ciencias, que estoy ya llorando a moco tendido delante del forro maldito que no se deja cortar, y me estoy llenando los dedos de plástico transparente, y me aburre enormemente hojear tanto contenido para aprender a hacer los deberes, partes de la tierra, funciones del lenguaje, diferencias entre climas...
Pero cuento hasta diez y le digo que van bien las cosas, todo lo bien que pueden ir, que se cuide, que ahora tiene que empezar a hacer frío y septiembre es un mes muy traicionero. Y le imagino en su cocina blanca, impoluta, encendiendo un cigarro más antes de colgarse al teléfono con su madre o con su jefe, o con quien sea, mientras la cocina sigue limpia y no hay ninguna imbécil que le haga la cena. Le digo también lo del veranillo de San Miguel y lo de los membrillos. Y cuelgo, acto seguido, porque ya las lágrimas se acumulan en los ojos, y hay un temblor absurdo en la garganta, y me arde el estómago con los pepinillos, y me duele la cabeza con el vino, y Ana tose cada vez más.
Y lloro, a lágrima viva, tirada en el sofá, como una niña. Porque es septiembre, porque huele a libro y forro nuevo, a patio de colegio, leche condensada y comidas de madre. Porque no hay nadie que me explique por qué no escribe, por qué se empeña en hacerse el fuerte y el distante.
Me tomo dos pastillas. No hay que mezclarlas con alcohol, dice la voz protectora de mi madre. Me da igual, mamá. Tampoco estás aquí para pasarme la mano por el pelo, para llamarme bonita y explicarme qué salió mal después de todo, si me casé con el hombre que yo amaba, si tuve dos hijos preciosos y un trabajo, un piso, el carné de conducir sin coger el coche, si era la envidia de todas mis amigas, si todos le adoraban. A ver por qué, hija, tuviste que conocer a ese otro, estar a punto de perder tus hijos, cariño, con lo querían a su padre, una vida estable, toda la vida por delante.
Se me va la cabeza. Hablo sola. No tengo ganas de contestarte, mamá, de verdad que no, otra noche más no. Ya hemos hablado bastante. No me vuelvas a decir que hay que aguantar, que todos los hombres son iguales. No entiendes nada. Quiero estar sola. Quiero vivir sola.
Ana tose más fuerte. Me duele todo. El suelo está frío bajo mis pies descalzos.
Avanzo a tientas por el pasillo. No quiero ver en ningún sitio el reflejo de la ausencia.
Me tumbo al lado de mi hija, al lado de su cuerpo caliente de vainilla y chocolate. La abrazo fuerte, le doy besitos, le digo bajo que ya estoy aquí para cuidarla, porque soy mamá, y tú eres pequeña, y ahora puedo cuidarte, luego no.
Ya estoy llorando otra vez, como una idiota. Por cuidar, por no ser cuidada, por las noches y las tardes como hoy, por el miedo que me da conducir, porque quiero vivir sola, porque también quiero vivir con él.
Y, mientras acaricio a Ana, muy despacio, imagino que también a mí me tocan, me pasan la mano por el pelo, me dan besos, me abrazan. Que alguien, quien sea, me dice que es normal estar asustada, el otoño y todo eso, qué valiente has sido con el coche, no te agobies si no escribe, nada importa, solo tú y tus hijos.
Al compás de esa voz me voy quedando dormida, poco a poco. Mañana habrá carta en el buzón, seguro, y dejará de llover, y no habrá tráfico. Anita se pondrá bien y Luis no pegará a nadie en el colegio. Ya verás cómo sí.
Sin embargo, justo antes de perder del todo la consciencia, en mitad del silencio de la casa, siento el frío de septiembre, el aire de la noche que arrastra la luz y el polen de oro.
Y me duermo, por fin, sabiendo definitivamente que mañana no va a ser otro día.

Pilar Galán.


domingo, 23 de enero de 2011

DISCURSO CON PINGANILLO

Somos conscientes, admitimos y respetamos que España es una realidad cultural y que existe una pluralidad lingüística, fruto de las distintas nacionalidades, reconocidas en nuestra Constitución. Y que en total, lo hablan unos diez millones.
Pero como resulta que los más de treinta millones restantes no saben hablar en vasco, catalán ni gallego, será necesario implanta traductores en el Senado que se convertirá en una nueva Torre de Babel. (/Como sabemos, Babel quiere decir “confusión”)
Pero sus señorías, ¿para quienes hablan? Si es para que los escuchen los demás senadores y miembros de la Cámara Alta, si un día se averían los pinganillos, no tendrán más remedio que volver a expresarse en el idioma común, mal que les pese.
Parece que existirán las lenguas cooficiales en los plenos del Senado (de momento) porque ya lo están pidiendo también para los del Congreso.
Como somos un país boyante, la crisis ya es historia, las arcas de nuestra Seguridad Social están rebosantes, han subido las pensiones y el poder adquisitivo de los funcionarios…, el gasto que supone la dotación de pinganillo para sus señorías y el sueldo de los traductores, es pecata minuta.
Si el Estado español ha elegido el castellano como lengua oficial, ¿por qué se opta en la Cámara por la diversificación? ¿No es una falta de respeto a nuestra lengua oficial?
Esta reivindicación me parece una estupidez: ¿es que el gallego se sentirá menos gallego porque hable a los demás en el idioma común que es el español castellano? ¿Quién en la sala le entenderá sin el pinganillo salvo los pocos senadores de su Comunidad Autónoma? Lo mismo ocurrirá con el vasco o el catalán. Quizá, más adelante, los extremeños, aragoneses, asturianos, andaluces… querrán que se respete su manera habitual de hablar en su pueblo, en la tertulia del bar, y los dejen expresarse en sus respectivos dialectos (o pseudodialectos, qué más da). ¿Y por qué no? La verdad, como estamos en un país soberano, esto me parece una soberana tontería.
“Ondi juerun los tiempus aquellus que pue que no güelvan…”
Si se entienden en español todos, ¿a qué viene el uso del pinganillo?

martes, 18 de enero de 2011

Presentación de los libros de Rosa López Casero en el Hogar Extremeño de Madrid



El viernes, 14 de Enero, Rosa López Casero presentó sus libros: “La nueva Caperucita” y “Coria (1860-1960)” en Madrid. El acto contó con una gran afluencia de público y, además, Rosa tuvo una sorpresa muy grata para cerrar el acto de la presentación: un Concierto de los tenores Emilio Carretero y Julio Pardo acompañados al piano por Alberto Lebrato, algo que la encantó.
Podéis leer la noticia, así como ver la foto, en Extremadura Exterior.


lunes, 17 de enero de 2011

CAMBIAR DE AIRES

OJO DE BUEY ROSA LÓPEZ CASERO

En las últimas décadas la gente tiende a abandonar los pueblos para emigrar hacia los grandes núcleos urbanos. Así, el desfase es cada vez mayor: las ciudades incrementan su población mientras los pueblos se van quedando vacíos, poblados sólo por viejos que se pasean entre casas deshabitadas de lo que un día fue bullicio de niños y jóvenes. En muchos pequeños pueblos ya no hay maestros, porque no hay escuela, ni cura, ni médico. Pero no todo es malo en la vida rural: una vida tranquila, sosegada, sin prisas ni estrés. Nunca se llega tarde a ningún sitio porque todo está al alcance de la mano. Con cuatro o seis niños en el aula, la enseñanza es individualizada. Algunos alcaldes han tratado de sacar alguna idea brillante para atraer habitantes a su pueblo ofreciendo dinero, trabajo, vivienda y hasta un cerdo. No sería mala idea trasladarse a una pequeña aldea para escribir, meditar, pintar, criar una familia al aire libre…

Quizá la vuelta a la vida rural pudiera ser la solución a la salida de la crisis para muchas personas. Deberían calibrar si les merece la pena vivir hacinados en unos bohíos, en malos barrios, pagando altos alquileres, madrugar, correr para coger el metro o el autobús, tardar más de una hora para ir y otra para venir del trabajo, comparar la carestía de la vida en la ciudad por lo económico que resulta en el pueblo donde tampoco gastas en cines, teatros, bares porque no hay. Pero puedes quedarte en casa leyendo un libro, viendo televisión, charlando con amigos o navegando por internet. Esto no altera tu presupuesto. Recuerdo en un pueblecito que viví hace tiempo donde sólo había un letrero de Coca-cola en la calle principal. Y sus habitantes vivían felices.

Ahora que hasta el más pequeño pueblo de nuestra Extremadura dispone de piscina, ambulatorio, casa de cultura, y hasta tanatorio y centro para mayores, habrá que replantearse si no merece la pena cambiar la vida urbana por la campestre.
¡Ah! Y otra gran ventaja del mundo rural: los fumadores lo tendrían mucho más fácil…
Lo dicho: habrá que plantearse cambiar de aires.

Artículo publicado en la sección Opinión de El Periódico Extremadura el jueves, 13 de enero de 2011.

lunes, 10 de enero de 2011

Rosa López Caseros, presenta sus libros en Madrid


Nuestra compañera, amiga, y escritora, Rosa López Casero, presenta “La nueva Caperucita” y “Coria (1860-1960)” en Madrid.

Esta es la nota:

El viernes, 14 de enero a las 8,30 de la tarde, presento mis libros “La nueva Caperucita” y “Coria (1860-1960)” en Madrid, en el Salón de Actos del Hogar Extremeño en Madrid, Gran vía, 59- 4º. (Metro Gran Vía, Plaza España, Callao o Sol.)

Me acompañarán en el acto, el escritor y periodista Juan Antonio Pérez Mateos, autor del prólogo; el director general de ediciones Amberley, Leandro de Gabriel, y la presidenta del Hogar Extremeño, Maruja Sánchez Acero.

Al término del acto, tomaremos una copa de cava extremeño. Si te apetece acompañarme en este día tan especial para mí, estaré encantada de saludarte.

Rosa M. López Casero

Te deseamos mucha suerte, Rosa, y muchos amigos acompañándote ese día tan importante para ti.

martes, 4 de enero de 2011

ENTREVISTA AL ESCRITOR DANIEL PAREDES

(Las fotos, que aparecen en esta entrevista, han sido cedidas por Daniel Paredes, y corresponden al día de la presentación de su libro.)


Daniel Paredes (1970) nació en San Nicolás de los Arroyos (Buenos Aires).
Es profesor de guitarra y coordina talleres literarios. Hoy es noticia porque acaba de publicar y presentar, en Buenos Aires, un libro de cuentos titulado Tierra de Trampas.

Pilar Fernández: Además de todo lo dicho y de ser un buen amigo de 5alas5, dime: ¿Quién es Daniel Paredes?

Daniel Paredes: Si la pregunta pretende bucear profundo en mi personalidad, debería responderte con un “Quién sabe...”; pero creo que podemos salir adelante si doy algunos rasgos generales.
Paso la mayor parte del tiempo en casa, dividiéndome muy placenteramente entre compartir las horas con mi familia y trabajar en lo que me gusta. Es cierto que pertenezco a esa raza insólita que prefiere leer a mirar televisión, pero fuera de esta rareza, digamos que hago una vida de lo más normal.

P.F.: Enhorabuena por ese libro que acaba de ver la luz. Marcelo di Marco, que creo que es un escritor conocido en Argentina, escribe en la contraportada de tu libro: «Resulta sumamente estimulante advertir en cada línea de los cuentos de Daniel Paredes esa compleja precisión que distingue a los grandes narradores». Sinceramente no puedo estar más de acuerdo. Pero hay algo que me llama la atención: junto a su firma dice verano de 2007. Estamos en 2010 ¿a qué se debe esa fecha?

D.P.: Marcelo di Marco es, en efecto, un escritor de primera línea en nuestro país. Es autor, entre otras obras, de Taller de corte y corrección (Editorial Sudamericana), un ensayo que yo recomiendo siempre con fervor, una verdadera Biblia para todo aquel que esté aprendiendo el oficio de escritor. Hay muchos libros que tratan estas cuestiones, pero éste es, muy lejos, el mejor que he leído. Y he leído varios.
Lo de las fechas digamos que es una cuestión de postergaciones: en 2005 gané el certamen “Letras de Oro” organizado por Honorarte (sello editorial argentino) y el premio contemplaba la edición de un libro que debía publicarse en 2006. Sin embargo, para esa fecha no pudo realizarse por un inconveniente que le surgió a la editora. Más adelante, debí posponerla yo, por motivos personales. Mientras tanto, yo seguía trabajando en el libro, corrigiendo, reemplazando un cuento viejo por uno nuevo que consideraba mejor, y fue por esos años que Marcelo di Marco me honró escribiendo la contratapa. Al llegar el 2010 me encontré con que había redondeado el mejor libro que podría ofrecer hoy, y en octubre, Silvia Sturla, la editora, me llama por teléfono para decirme que mis historias ya se habían vuelto de papel y tinta. Fue una noticia fuerte: después de tanto esperar, las emociones se potencian.

P.F.: Entiendo muy bien todas esas emociones desatadas. Creo que en 2010 Honorarte ha organizado el XI Concurso Internacional “Letras de Oro del Bicentenario”. La trayectoria del concurso se ha extendido con una prestigiosa reputación debido a los escritores consagrados y de gran trayectoria que han formado el jurado en las distintas ocasiones. Tú has participado en el jurado: cuéntame la experiencia.



D.P.: Me lo propusieron al año siguiente de haber resultado premiado en el certamen. Es un trabajo apasionante, que exige el máximo de nuestra capacidad y también de nuestra responsabilidad: uno no debe perder nunca de vista que detrás de cada relato esperan agazapadas las ilusiones del autor. Con ese faro como guía, es más fácil comprender que no hay lugar para negligencias, que esa pila de textos en nuestro escritorio debe bajar sin prisas, que cuando la cabeza empieza a nublarse, es mejor dejar y continuar al día siguiente... En aquella oportunidad tuve el placer de compartir la tarea con Alicia Dujovne Ortiz, escritora de extensa y sobresaliente trayectoria, y me alegró observar que no había grandes diferencias con la elección de los trabajos. Fue una labor de enorme disfrute y que repetiría una y mil veces.

P.F.: He tenido la suerte de leer todos los cuentos de Tierra de Trampas, y me sentí atrapada del primero al último. Son cuentos duros y descarnados que por momentos encienden una llamita de ternura y esperanza. Es la vida de los páramos y no me refiero solo a los pueblos y paisajes. ¿Qué esconde Tierra de Trampas?




D.P.: Tierra de trampas consta de once cuentos, la mayoría costumbristas, y en ellos he intentado rescatar algo de la gente de nuestro país. En especial he puesto la lupa sobre el hombre que vive en los pueblos chicos, o al pie de una montaña, o incluso en medio del monte. Esa gente de escasos recursos a veces es centro de la burla del hombre de las grandes ciudades. Es que algunos piensan que ser silencioso equivale a no tener nada que decir, o que la falta de estudios convierte a las personas en incapaces. Pero no se paran a pensar que el hombre del monte levanta solo su casa, amasa el pan que pone sobre la mesa, sabe sembrar, cazar, criar animales, construir sus propios instrumentos de música... No sé cuántos de los que se sientan cómodamente en una oficina serían capaces de hacer lo mismo. Además son dueños de una sabiduría que se transmiten por generaciones, y el contacto con la naturaleza les ha afinado el ojo y el espíritu, así que es frecuente que se expresen con un lenguaje muy particular, muchas veces poético. Ese hombre subestimado es el que tenderá varias de las trampas que aparecen en el libro.

P.F.: ¿Qué se puede conocer de Daniel Paredes a través de sus historias?, ¿te escondes detrás de los personajes y las tramas? y, ¿qué te mueve a elegir un tema?

D.P.: Es difícil no escribirse uno mismo. En este libro hay mucho de mí y de gente que conozco, pero todo queda disimulado bajo las capas de lo artístico: los narradores exageramos, atenuamos, falseamos, generamos las distorsiones necesarias para encauzar el relato hacia donde más nos convenga.
Hay un amigo que siempre me dice “Tendrías que escribir aquello que te conté” (una historia real en donde el azar ha armado un enredo). Él piensa que el cuento ya está hecho y que sólo resta escribirlo. No sabe que si el suceso no me roza un algo que llevo adentro, no lograré que me salga una sola frase. Eso es lo que me moviliza: que el suceso entronque con mi sensibilidad.

P.F.: ¿Crees que escribir sirve de valor catártico? ¿Te enseña algo sobre tu propia personalidad?



D.P.: No lo sé… Tal vez me enseña que no escribo para hacer catarsis, o, mejor dicho, que escribir no me cura. Cuando releo mis textos, vuelvo a emocionarme siempre en los mismos fragmentos: me parece un indicio de que las heridas siguen abiertas.

P.F.: Te entiendo muy bien. Interesante respuesta. Literatura española y argentina en estos momentos. ¿Se puede hablar de grandes diferencias?

D.P.: No, no hay ninguna diferencia: tanto en Argentina como en España hay libros buenos y libros malos… ¡Ja, ja, ja!

P.F.: ¡Ja, ja, ja! No puedo estar más de acuerdo. Yo soy española y conecto con tus cuentos. ¿Acaso pensaste alguna vez traspasar las fronteras y ser leído más allá del charco? ¿Qué sería lo que más te preocuparía en ese caso: el lenguaje (localismos), tema, personajes…?

D.P.: Nada de eso me preocupa, de verdad. Y es que, aunque me lo propusiera, no sabría ser otro. Yo no puedo escribir como español ni como mejicano ni como chileno, porque mis sentidos no han abrevado en otros paisajes que no sean los nuestros ni han conocido más lenguaje que el de nuestra gente. Cuando escribo no puedo desprenderme ni del “che” ni del mate ni del tango, porque hacerlo sería quedarme desnudo. Además confío en que, si soy verdadero, al otro le interesará más lo que tengo de diferente. ¿O acaso no es interesante asomarse por el tapial para conocer cómo vive el vecino?...

P.F.: Desde luego, es enriquecedor ver cómo vive el vecino. Y hay muchos concursos literarios internacionales cuyo único requisito es que se escriba en español, me gustaría pensar que escribir con giros propios (localismos) de cada país no resulta un hándicap para el escritor, independientemente de quién organice el certamen. Pero dime: ¿Por qué escribe Daniel Paredes?

D.P.: Yo me comparo con un chico. Si a un chico le duele algo y sus padres no le llevan el apunte, entonces se tirará al piso, chillará, se revolcará… hará todo lo posible para llamar la atención. Yo, en lugar de revolcarme, me siento y escribo; pero la intención es la misma: cuando escribo estoy diciéndole al lector “Me duele acá y necesito que lo sepas”.

P.F.: Esto me recuerda al valor catártico del que hablamos antes. Aunque escribir no cure, sí tiene algo de purgante. ¿Cómo descubriste tu vocación de escritor?




D.P.: Desde chico me sentí inclinado hacia las artes: a los diez años estudiaba guitarra y bailaba danzas folclóricas argentinas. El bichito del escritor también andaría por mi sangre en aquella época, porque ya en el colegio primario era muy bueno en Lengua —y pésimo en casi todas las demás asignaturas— y nada me entusiasmaba tanto como las “redacciones” que solía proponer la maestra. Sin embargo, no conocí el placer de la lectura hasta bien entrada la adolescencia. Recuerdo que mi padre me regaló mi primer libro “de grande”, un libro que anduvo dando vueltas por la casa mucho tiempo sin que yo conociera otra cosa más que las tapas. Al poco tiempo de morir mi padre, tal vez por melancolía, tomé aquel libro para conocer, por fin y gracias a Dios, el contenido. Se trataba de “El escarabajo de oro y otros cuentos”, de Poe. Desde entonces empecé a leer mucho, muchísimo, sin orden alguno, guiado sólo por las ansias y el placer. Supongo que estos antecedentes, más algo de sensibilidad y observación, han colaborado para que decidiera moverme siempre en estos territorios.

P.F.: Así que las llaves las tenía Poe. Supongo que es uno de los recuerdos que llevas contigo, y te da fuerzas. No sabes cómo te entiendo. Ese momento en el que lees el libro que te regaló tu padre, abre las puertas al escritor que había dentro de ti. Cuando empezaste a escribir ¿tenías en mente modelos literarios de escritores a los que querías imitar?




D.P.: Sí, aunque de forma inconsciente. Al momento de armar una frase, ese tono ajeno andaba revoloteando en el aire y era imposible no tomarlo. De todos modos, me parece imposible que alguien pueda emplear un tono propio desde sus primeros textos, excepto que sea un tono decididamente desagradable, como suele serlo el de aquellos que se largan a escribir sin haber cultivado jamás la lectura. Hay un código literario, una esencia que circula subterránea por toda la literatura, y uno debe empaparse de ella, repetir esos códigos hasta apropiárselos, y una vez instalados esos cimientos, poco a poco puede ir levantando las paredes del estilo propio. Nuestra voz no es otra cosa que un caldo hecho de muchas voces ajenas, pero que hemos proporcionado de tal modo que huele distinto al caldo de los demás.

P.F.: Creo que no se puede expresar mejor, muy clarificador. ¿Cuál es tu literatura favorita? ¿Cuáles son tus escritores preferidos?

D.P.: Es mucha y muy variada la literatura que me produce placer, pero siempre releo y recomiendo los clásicos. Esas obras esconden el secreto de lo perdurable. Son historias que interesan al Hombre de cualquier lugar y cualquier época. Fíjate en el Quijote, por ejemplo, tiene casi cuatrocientos años, y ha sobrevivido a todos los movimientos, ha saltado por sobre todas las “modas” estilísticas, ha visto nacer y morir a tanta “vanguardia”. Cervantes, Poe, Kafka, Borges, Stevenson, Dante, Tolstoi, Dostoievski, Maupassant… cualquier lector que busque por ahí, no puede salir decepcionado.

P.F.: ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir? ¿Alguna rutina establecida o te basas en la inspiración del momento?

D.P.: Al abrir un archivo “Nuevo” en Word, pongo un tipo de letra que me parezca conveniente para el tono del narrador o el tema de la historia que desarrollaré. Si me propuse escribir un cuento de terror, por ejemplo, tal vez adopte alguna letra antigua, gótica… Pero no creo que esto alcance el rango de manía; sospecho que sólo se trata de una manera de predisponerme para un suceso tan importante como es comenzar a escribir.

P.F.: ¿Vives la soledad del escritor? ¿Necesitas compartir lo que escribes con alguien? ¿Grupos o tertulias literarias, familiares, tu mujer, amigos...?



D.P.: Lo necesito, sí. Daniela, mi esposa, es la primera en leer mis textos, incluso cuando aún no están terminados. Le pido que lea en voz alta, y mientras lo hace voy estudiando sus gestos y las inflexiones de la voz para saber si he logrado plasmar los efectos que me había propuesto. Su parecer me resulta muy valioso: además de ser implacable con la crítica, su punto de vista no está contaminado de fundamentos teóricos, ella mira con ojos más salvajes: simplemente algo le gusta o no le gusta y, después, que me encargue yo de sondear los motivos. Su mirada me acerca a la del lector común, que es en definitiva a quien le apunto. Cuando el texto está terminado, a veces lo pongo a consideración de algunos amigos escritores —también implacables—, que me ofrecen otras perspectivas. El resultado de atender a esas voces y de trabajar en consecuencia es, por supuesto, un texto mejor.

P.F.: ¿Cómo es tu proceso de corrección?

D.P.: A diferencia de lo que suele recomendarse, yo voy corrigiendo a medida que escribo la primera versión. Es un trabajo lento, pero cuando termino de contar la historia, ya ha quedado prácticamente impecable (esto no impide que luego siga retocando ad infinitum). Es que si una frase no me cierra, no puedo continuar con la siguiente. Encontrar la palaba exacta, controlar el ritmo y la fluidez, hace que me sienta cómodo; cuando sé que he dejado un ripio por el camino, avanzo con una piedra en el zapato. Además, trabajar de esta manera me proporciona ciertas ventajas: mientras ordeno una oración, con el pensamiento voy mucho más adelante y puedo imaginar algunos ajustes estructurales: virajes en la trama, vueltas de tuerca para el final… Antes intentaba luchar contra esta modalidad de trabajo, tal vez porque los “estudiosos” sugieren no censurar al hemisferio creativo del cerebro mientras nace el texto, pero supongo que nadie puede sacar lo mejor de sí yendo a contramano de su personalidad.

P.F.: ¿Alguna vez te has sentido bloqueado, sin ideas?

D.P.: Me ocurrió recientemente.

P.F.: Yo tengo la teoría de que tarde o temprano, le pasa a todo el mundo. ¿Cómo lo has superado?

D.P.: En principio, organizando mejor los tiempos. Ahora dispongo de algunas horas diarias que dedico sólo a escribir. Y lo he superado escribiendo y escribiendo, cualquier cosa, lo que saliera: ideas sueltas, escenas reales, poesía, técnicas de libre fluir... Sí, escribía a ciegas. Es que uno no puede sentarse de lo más cómodo a esperar que llueva la inspiración. Cuando las musas no quieren venir, hay que salir a cazarlas.

P.F.: Aprovecho que eres coordinador de un taller literario y muy bueno, doy fe de ello. ¿Cuál es la faceta narrativa que más dificultades te crea o la que crees que necesita más trabajo por parte de un escritor: la creación de personajes verosímiles, el tema, la estructura, el estilo, el diálogo quizá? Y ¿cómo resuelves esos problemas?

D.P.: No sabría decirte cuál es la dificultad más difícil de desterrar. Lo que sí sé es que para cada enfermedad hay una medicina, y quien se reconoce enfermo se cura mucho antes que quien no lo asume.

P.F.: Creo que habría que subrayar la última frase de tu respuesta. ¿Cuál es tu ambición como escritor? ¿Adónde quieres llegar?



D.P.: Hasta donde pueda. Me gustaría escribir uno de esos libros que perduran. ¡Uff, qué ambicioso! Es que si nos proponemos objetivos mediocres, directamente nos entregamos a la mediocridad; en cambio, si apuntamos alto, no tendremos más remedio que darlo todo para poder seguir creciendo. Cuando yo escribo un relato, no me pregunto qué pensarán de él mis amigos y mi familia, me pregunto qué pensaría si lo leyera Poe. Y la respuesta siempre me obliga a volver sobre el texto para procurar mejorarlo.

P.F.: La ambición es buena cuando es para lograr tu objetivo en la vida, así que intentaré tomar nota y ser ambiciosa yo también:-). ¿En qué proyecto estás trabajando ahora?

D.P.: Trato de escribir ese libro perdurable de la pregunta anterior…

P.F.: No dudo de que lo vas a conseguir. ¿Qué libro estás leyendo?

D.P.: He terminado de releer El castillo, de Kafka. Y ahora sigo con El tercer milagro, una novela de Osvaldo Baccaro, escritor de mi ciudad.

P.F.: Tengo una curiosidad, ¿participaste en la elección de la portada de tu libro?

D.P.: Silvia, la editora, me propuso dejarla a cargo de una pintora de la Capital: Paola Zappa. Pasados algunos meses, la artista había diseñado dos posibles portadas: una que reflejaba de forma más directa el contenido del libro, y otra menos transparente, que apenas si sugería el contenido y aun me parecía que podía estimular a otras lecturas de los cuentos. Me incliné por esta segunda portada y estoy muy conforme con ella. Paola me hizo el honor de concurrir a la presentación del libro: una artista joven y muy simpática.

P.F.: ¿Qué consejo darías a un escritor novel con ganas de empezar a publicar?

D.P.: Bueno, no tengo mucha experiencia en publicaciones, pero le sugeriría que frente a semejante acontecimiento eleve al máximo los niveles de autocrítica.

P.F.: Un buen consejo a tener en cuenta.
Gracias por haber sido valiente y haber confiado en mí para esta entrevista.
Aprovechando que acabamos de iniciar el 2011 y una nueva década, te deseo que escribas ese libro perdurable, y que tu Tierra de trampas tenga muchos lectores. Y por supuesto, todo lo mejor y los mejores deseos de 5alas5 para ti.




D.P.: Muchas gracias, Pilar, por brindarme este espacio en 5alas5. A ustedes y a vuestros lectores les deseo salud, prosperidad y mucho amor. Y también lecturas sabrosas y abundante creatividad.

Gracias a ti, una vez más, Daniel.
Para el que quiera acercarse a leer alguno de los cuentos de Tierra de trampas le sugiero este link, no saldrá decepcionado.

No sé, quizá deberíamos inaugurar una sección, en 5alas5, de entrevistas. Me ha encantado entrevistar a Daniel. Hay personas que siempre te enseñan algo nuevo. Interesante.


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