jueves, 10 de febrero de 2011

EL CABEZAZO

¿Fue un despiste? ¿Una casualidad? Lo cierto es que Angela Merkel, al volverse con vehemencia, se topó con la cabeza de Zapatero y le dio un coscorrón, dirían los malpensados. Quizá no se atrevía la canciller alemana a decirle a la cara a nuestro Presidente que deberíamos dejarnos de tanto jolgorio y que más trabajo, esfuerzo y competitividad, que vamos por buen camino, pero que aún no es suficiente.
Claro que este cabezazo ha beneficiado a ZP porque la jefa alemana ha dado su visto bueno al cumplimiento de nuestros deberes, aunque nos pida más esfuerzo. Y eso no es malo, porque se nos brindan alternativas y soluciones y, desde luego, más unión europea. A pesar de que el modelo español de negociación salarial no se adapta a la propuesta de Merkel, porque los españoles no estamos por la labor de ligar la subida salarial a la productividad empresarial. Quizá tenga razón esta mujer, con un par, eso sí, que ha sabido hacer frente a la crisis, que hace que los demás países la respeten por méritos propios. Ella ha tratado de sugerir, no de imponer, para no herir susceptibilidades. Merkel sabe que, tanto su antecesor como ella, lo han hecho bien y ha sabido encontrar la estabilidad. Y por eso saca pecho. Pero cuidadín con el poderío alemán.
Pero si el cabezazo de la Merkel fue sonado, también lo fue la euforia del ministro germano; le gustó nuestra guapa ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez; la vio lozana y maciza y no dudó en amarrarla por la cintura y sufrir una especie de calambre que hacía imposible soltarla. ¿O fue el buen vino español que se sirvió en la comida el que desató las consciencias y le impulsó a ser más osado? Claro que acostumbrado a ver todos los días a la dama de hierro, Angela Merkel, Trinidad le parecería miss Mundo.
También llamó la atención la desconfianza de los líderes sindicales: Cándido Méndez y Fernández Toxo, que sentados frente a frente, se hablaban a través de sus teléfonos móviles; sería para que no escucharan sus cotilleos, para dejar grabado lo que se decían, o para economizar gastos. ¡Qué cosas!

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