Me pasé los años de mi infancia y juventud sin darte un beso, ni siquiera el de por las noches o al despedirme de ti para ir al colegio. Se supone que una madre y una hija se besan frecuentemente. Pero nosotras no éramos como las demás. Construimos desde muy pronto un muro infranqueable que ninguna de las dos se atrevió a derribar en años. Siempre lo supimos, nuestras vidas se separarían pronto. Tuve que marcharme lejos para echarte de menos, para que al regresar de vez en cuando, tú me recibieras con los brazos abiertos e inundaras mi cara con tus besos y tus lágrimas. Nunca te habías atrevido a hacerme feliz y ahora lo hacías sin mediar palabra. Era maravilloso volver a casa y entender que siempre me habías querido.
sábado, 31 de julio de 2010
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Qué maravillosa reflexión Monty.
ResponderEliminarUn beso.
Un precioso microrelato, a veces los besos no se dan, pero en cambio, se sienten.
ResponderEliminarUn beso.